A lo largo de más de dos kilómetros de valla se suceden pinturas, murales e iconos mezclados con un realidad más deprimente: Decenas de cruces que rinden homenaje a la memoria de los más de 2.600 emigrantes muertos en su asalto al otro lado. Tras recoger mi pesada mochila y la guitarra española que me he traído para alegrar los momentos de soledad, me dirigí al Visitor Center -Centro de Visitantes- para ver si alguien me aclaraba cómo podía llegar al hostal que previamente había reservado por teléfono desde Anchorage.