Tras su llegada en el siglo V, los visigodos la convirtieron durante pocos años en capital de los territorios hispanos, traspasando después el poder hasta Toledo. Barcino tomó forma de castrum o fortificación militar en sus primeros tiempos aunque el comercio fue reorientando la importancia de la ciudad; en el siglo I fue amurallada por orden del emperador romano Claudio y ya en el siglo II contaba con una población de entre 4000 y 8000 habitantes.